Javier Clavo

De formación autodidacta, Javier Clavo debiera ser calificado como un artista expresionista en cuya obra la utilización del color provoca emociones que apelan a lo más profundo de los sentimientos. La realidad es reinterpretada en clave personal, aunque sin perder nunca la apoyatura naturalista. Fue alumno de Daniel Vázquez Díaz.

Celebró su primera muestra individual en 1930 en la galería Vizcaíno de Valencia, ciudad a la que se trasladó con su familia, aunque el estrambote a una carrera alejada de las modas se produjo en 1990, cuando el Centro Cultural de la Villa de Madrid le homenajeó con una antológica que no tuvo reflejo crítico más que en un periódico madrileño. En los años cuarenta regresó a Madrid y pintó máquinas imaginarias, a la vez que trabajaba como decorador de cine. En 1950 expuso en la emblemática galería madrileña Clan, antes de partir a Italia, país en el que vivió durante casi una década; fueron años de aprendizaje con el pintor romano Saetti, que le inició en la técnica de la pintura al fresco. Antes de volver a España, llevó a cabo una incursión en el ámbito expresivo de la abstracción, en el que no reincidió.

Clavo era un pintor prolífico, que también contaba con una trayectoria como escultor, en la que se rastrean influencias de Goya, Picasso, El Greco, Matisse y Bonnard, por citar solamente un quinteto de genios de la pintura de todas las épocas. reiteró en multitud de ocasiones los paisajes abigarrados de Toledo, una ciudad que plasmó en estudiadas composiciones con colores brillantes y arquitecturas enrevesadas, con sus edificios históricos y las callejuelas en cuesta, porque en ambos espacios el misterio se construye con rasgos expresionistas y post-cubistas a los que no es ajena la herencia del onubense Vázquez Díaz.